Del no muerto suceso que el inmune Don Quijote tuvo en la espantable y jamás resucitada aventura de los molinos de viento.
Apresurados continuaban su viaje cuando, no más allá del horizonte, se
perfilaron las siluetas de treinta o cuarenta molinos de viento. Tan pronto
como sus formas cruzaron la mirada del caballero de la oxidada armadura, este
le dijo a su fiel escudero: “nuestra suerte está más viva que nunca y nos
depara retos inexplorados para los hombres piadosos; pues en la inmensidad del
horizonte ya se empiezan a distinguir las sombras de los no muertos, amigo
Sancho Panza; de los caballeros caídos en desgracia y en combate, a quienes
debo abatir por segunda vez en nombre de Dios para que su podredumbre no manche
nunca tierra tan sagrada como la nuestra, ni infecte a gente tan noble como la
que sobre nuestros caballos monta”.
“¿No muertos?”, replicó Sancho Panza.
“Allí a lo lejos se encuentran.”, respondió Don Quijote, “Seres de brazos
largos que agitan lentamente pues su condición de seres en el limbo entre la
vida y la muerte no les permite mayor presteza que la adquirida”.
“Vuestra merced no puede estar más equivocado.”, dijo Sancho, “Si vos
describís fábulas y cuentos puedo entenderlo, pero no debierais confundir
molinos de viento con tales seres basados en una moda tan tediosa como
seguramente pasajera.”
“Querido amigo Sancho,”, respondió su amo, “tu actitud y tus prejuicios
nublan tu vista intentando evitar imaginarse el horror al que hemos de
enfrentarnos; ellos son no muertos, y si es el temor el que habla, hazme paso y
reza por tu amo quien raudo cabalga hacia la gloria de librar estos campos de
su pestilente presencia.” Y espoleando a su caballo Rocinante, sin atender a
razones ni a gritos, se dirigió a lo que claramente eran molinos de viento, y
no los terribles seres que tan airoso describía Don Quijote.
Mientras se acercaba, el caballero gritaba a los cielos y a la tierra, pero
sobre todo a las siluetas que agitaban los brazos amenazantes con rasgar un
pedazo de cielo. “Harto conveniente es nuestro encuentro, asín que no corráis
ni os escondáis en el barro o en las sombras pues no hay lugar en el mundo en
el que Don Quijote de la Mancha no pueda hallaros y daros muerte sentenciada.”
Puede que fuera la casualidad o que el destino quisiera jugar con la mente
de aquel loco pero en ese momento se levantó el viento haciendo que el
movimiento de las majestuosas aspas se avivase. Don Quijote, creyéndose
responsable de la furia del más allá dijo: “presurosos pueden ser vuestros
brazos ahora cuando un enemigo lográis avistar, más mi lanza es mucho más
fuerte que vuestros inertes miembros y mucho más vivo está mi corazón”.
En ese instante, su señora Dulcinea lo ocupaba todo. El simple hecho de que
seres tan indignos estuvieran en la misma tierra que ella algún día podía
pisar, le enfurecía. Cercano ya al primer grupo de infames, apresuró a colocar
su lanza en ristre y a animar a su caballo para que la embestidura acabara con
todo ellos. Sin embargo, el molino embistió más fuerte y se llevó de un golpe
al caballo, a su jinete y a las criaturas que atormentaban su mente.
Presto acudió Sancho Panza al encuentro con su amo quien, maltrecho, yacía
junto a su jamelgo, sin apenas moverse. “¡Por Dios, Santo y Bendito! ¿Acaso no
le advertí de que tales seres no eran sino fugaces delirios de una mente
aburrida con la cotidianidad de su viaje? ¿Acaso no le aconsejé que los viera
como lo que son, molinos de viento?”
“No remuevas más el pasado, amigo Sancho.”, respondió Don Quijote, “la
batalla es complicada y asume riesgos que no podemos prever pues somos simples
peones. Aunque más seguro estoy que esos malditos me provocaron para llevarme
con ellos al otro mundo convirtiéndose en molinos cuando ya les tenía
suplicando por sus no vidas; mas puede que hoy rehusaran batalla, pero pronto
yacerán bajo la justicia divina tras el yugo de mi acero.
“Como usted bien mande, mi señor.”, respondió Sancho, “Por ahora veo conveniente
que nosotros encontremos un lugar para yacer y descansar esta noche, a menos
que vea a algún mago por aquí cerca que quiera curarle las heridas en favor de algún mechón de pelo, pues no veo qué más podríamos ofrecerle.”
Trabajosamente, Sancho subió a Don Quijote en el maltrecho Rocinante, quien
se tambaleaba y más recordaba a los no muertos imaginarios que a un animal de
su especie. El escudero a su vez se subió en su borrico y continuaron camino, aventuras
y delirios de los que el famoso Don Quijote de la Mancha siempre fue inherente
protagonista.
Pero esas historias, muy señores míos, les corresponden a otros
contarlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario