jueves, 25 de febrero de 2016

PERDÓN (Relato)

Desde la oscuridad de la habitación sólo podía oírse el lento goteo de un grifo mal cerrado, el roce del viento con las contraventanas del edificio y una respiración entrecortada. Serena permanecía rígida en la silla en la que se había sentado justo antes de que se fuera la luz. Cerró los ojos más por costumbre que por necesidad, ya que no suponía ningún cambio, pero era un hábito que había adquirido cuando notaba que la ansiedad se apoderaba de ella. Al ver que no se aliviaba, se dispuso a repasar cada uno de los pasos que había recorrido aquel día, viéndolo todo como si fuera un horario calculado al milímetro. De esta forma, concentrándose en el pasado, obviaría el presente.

Se había despertado a las 7 de la mañana, como de costumbre. Había apagado el despertador y lo había retrasado 9 minutos exactos para darse el placer de volver a sumirse en su subconsciente una última vez
antes de tener que afrontar el mundo real. Se había levantado finalmente a las 7:11 y se había dado una ducha fría y breve. Después de decidir que aquel era un día en el que tocaba llevar vaqueros negros desgastados por la rodilla y un jersey de lana con el dibujo de un panda, había bajado a tomar su desayuno al comedor principal donde ya se habían acabado la mermelada y los huevos revueltos. Después de desayunar, se había ido a la universidad donde le esperaban tres apasionantes horas de psicodiagnóstico infantil y dos horas de trastornos del sueño. El máster al que se había apuntado no era el mejor máster sobre psiquiatría infantil que había, pero era lo mejor que podía permitirse.

Después de las clases, había quedado para comer en un restaurante de comida rápida que se encontraba en la otra punta del campus. Había llegado a las 14:52 y había tenido que esperar a que su acompañante, un profesor adjunto que le ayudaba con el desarrollo de su trabajo de fin de máster, se dignara a aparecer. Pasados 16 minutos, había llegado a la conclusión de que no aparecería, así que había comido sola y rápido para poder llegar a su siguiente compromiso, el orfanato donde se había criado.

El orfanato Madre del Perdón había acogido a niñas y niños de distintas edades desde el año 1889, con un período de cierre de 13 años entre 1924 y 1937 por culpa de algunos fallos en el registro de niños. Serena había vivido allí desde 1992 a 2010, cuando se graduó y decidió ir a estudiar a la universidad. Ahora, la misma institución en la que había crecido, le permitía hacer un estudio psiquiátrico de los niños del orfanato para su trabajo de fin de máster, por lo que, después de comer, había cogido el autobús 49 y había llegado allí a las 16:32.

Después de saludar a las monjas, había ido al módulo de niños de entre 5 y 8 años y había dejado una linterna en la puerta de cada habitación. Desde una de las salas de la limpieza, había cortado la luz de todo el edificio y había prendido fuego a las escaleras de la planta inferior. Poco a poco, los gritos habían comenzado a escucharse en los pisos superiores, donde niños de todas las edades buscaban una salida para lo que, a su parecer, era un infierno de llamas.

Sentada en la oscuridad, Serena pensaba en los resultados de su experimento. Para ella, solo eran números, un mal necesario en favor de un bien mayor. Eso era lo que le habían enseñado en aquel mismo lugar. No todo lo malo se hace por un buen motivo, pero un buen motivo, nos permite hacer cosas muy malas. Desde la oscuridad de la habitación sólo podía oírse el lento crujir de la madera calcinada, el roce del agua que consumía el incendio con las paredes del edificio y la respiración ahogada de una última alma sacrificada que dejaba como testimonio un texto encuadernado titulado “La Caja Negra del Perdón”.

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